Guatemala: Antigua y Atitlán

El pasado puente de diciembre aproveché para hacerle una pequeña visita al señor Javi Guate. Me acompañaba en la aventura Mr. Ricardo Pita, el relato de lo acontecido empieza así:

Aterrizamos en Guatemala por la noche, bastante cansados por el viaje y el día de oficina. Tras pasar el control de seguridad y responder las preguntas de un agente con metralleta, salimos a la calle. Entre la multitud asomaban las cabezas de Javi y Vigo Mortensen (sueco de nacimiento que tras pasar por diferentes lugares había decidido irse a Guatemala hacía un tiempo). Nada más saludarnos nos ofrecen una cerveza (empieza bien el viaje), nos montamos en el carro y conducimos de noche hasta Antigua. Mi primera impresión de Guatemala capital es que es un caos, gente por todos los sitios y muchos, muchísimos carros. Conduciendo hacia Antigua, nos damos cuenta de que las carreteras los caminos en Guatemala son bastante malos, están llenos de agujeros sorpresa, muchos cortados por desprendimientos, y están poblados por gente que los transita a todas horas.

Tras llegar a Antigua y dejar nuestras cosas en el hostal, nos dirigimos a tomar unas cervezas y disfrutar del ambiente local (de local tuvo más bien poco porque fuimos a dar con el único bar que estaba lleno de gringos). Aún así lo pasamos muy bien, conseguimos regresar de vuelta al hostal y trepar las literas de tres metros sin precipitarnos al vacío. Amanecimos al día siguiente sin zapatos bastante temprano, pues queríamos aprovechar la mañana para patear Antigua y aprovechar el calor del sol, que como ya os explicaré, en Guatemala luce de una forma especial.
mercadoUn buen desayuno con café y frijoles para despertarnos y salimos a la calle. Lo primero que llama mi atención es el volcán de agua, que se alza imponente dominando por completo la ciudad. Un poco más alejados, el volcán de fuego y el Acatenango cierran el conjunto de colinas y montañas que rodean Antigua. Sin duda una vista impresionante para comenzar el día.

Decidimos deambular por las calles y hacer un poco de tiempo mientras esperábamos por Marta y Héctor, becarios de Honduras y El Salvador que se unían a nuestra expedición.

Recorrimos la plaza central, abarrotada de gente vendiendo cosas, y nos metimos en un mercado de artesanía del que ahora me arrepiento no haberme llevado un montón de cosas. Por fin nos reunimos todo el equipo, y vamos a comer a un restaurante con un jardin-patio interior. Allí probé el pepián, caldo típico guatemalteco con trozos de pollo especiados y verduras. Acompañamos la comida con unas  Mozas, cerveza local de un color más oscuro que la cerveza Gallo que es la que más se consume en el país.

Tras la comida fuimos a coger el carro para subir a lo alto del cerro desde el que se pueden ver las vistas de la ciudad. El cerro se encuentra en el lado opuesto al volcán del agua, la vista de la ciudad dominada por el volcán al fondo, acompañada de una bonita puesta de sol fue impresionante. Celebramos el momento con una cerveza y un brindis, comenzaba nuestra aventura chapina.cerro antigua

Descendimos del cerro con luces largas y seguros cerrados (en Guate hay que tomar precauciones cuando se viaja por la noche). Descansamos un poco en el hostal y fuimos a dar una vuelta. Antigua se llena de gente que viene de Guatemala, a pasar las noches de los viernes y los sábados. Cenamos y continuamos la fiesta hasta que cerraron los bares, hora de descansar, aunque alguno prosiguió la noche al estilo chapín, fiesta en un after.

Amanecimos, desayunamos nuestros frijolitos, y tras esperar un rato a los dormilones, salimos hacia el lago Atitlán. Nuestra intención era llegar hasta Chichicastenango, pues los domingos hay un mercado famoso en todas las guías de Guatemala, pero se nos había hecho un poco tarde y decidimos, muy a pesar de Marta seguir camino hacia el lago para intentar aprovechar allí parte de la tarde.
Me llamó la atención cuando paramos en una gasolinera, había un chapín armado con una pistola y una escopeta, el tío muy amable se dejo fotografiar e incluso nos dejó coger la escopeta. A partir de entonces me daría cuenta de que todo comercio que se precie en Guate está protegido por gente a sueldo; barra libre de escopetas y metralletas!

Antes de llegar hicimos una parada en Sololá, el último pueblo antes de descender camino del lago Atitlán. El lugar estaba animado, había mercado en la plaza central y las calles estaban abarrotadas de gente. Un colegio hacía su particular desfile de «carnaval», y disfrutamos la comida observando el espectáculo.

Llegamos a Panajachel, la primera ciudad desde la que se aborda el lago viniendo de Antigua. Como todas las ciudades del lago, Panajachel vive del turismo, puestos de ropa, telas y antigüedades mayas por todas las esquinas. Mientras paseábamos por el pueblo se nos unió un chupín llamado Xuan, que como nos pasaría en todos los sitios, nos ofrecía enseñarnos todo lo inimaginable de Guatemala por cualquier precio. En Pana compramos unos sombreros y algunas camisas típicas, para (por si no se había notado) dar un poco el cante a lo turista.

Ya sin entretenernos más, y tras darle una propina a Xuan nos dirigimos a coger nuestra barca para cruzar el lago, hacia San Pedro de la Laguna, pueblecito en el que pasaríamos las dos noches siguientes.

cruzando el lago

El lago Atitlán es realmente grande, ninguna foto de las que hice puede describir lo que íbamos viendo aquella tarde cruzando el lago. Los últimos rayos de luz iluminaban las laderas de las montañas que lo rodeaban, mientras nosotros perseguíamos al sol, que se ponía por detrás del volcán San Pedro. Una escena inigualable que se repetía día tras día en aquel lugar. Espíritu maya.

Tras desembarcar en San Pedro fuimos a buscar un sitio donde pasar las dos noches que nos quedaban. Encontramos un hostel que conocía Javi, casi al final del pueblo. Un lujazo de sitio, con un jacuzzi que no dudamos en estrenar la primera noche antes de salir. Jacuzzi, cervezas, el cielo estrellado sobre nuestras cabezas y las silueta del lago que se vislumbraba en la penumbra. Top ten de momentos.
Nuestra primera noche en San Pedro fue bastante tranquila. Durante la cena, unos niños que no tendrían más de diez años se acercaron a vendernos palomitas, al final acabaron sentándose con nosotros a cenar lo que les dimos, como si no hubieran comido en todo el día. La realidad que se vive en estos lugares nos hace ver la suerte que tenemos de estar donde estamos, y poder hacer lo que queremos.
Con el corazón ablandado por la escena y muertos de frío, nos fuimos a tomar algo al único bar que abría en el pueblo. Después de que una amable maya me tirara una copa por encima, y alguna que otra cerveza, recogimos y nos fuimos a la cama.

El lunes amanecimos temprano, desayunamos en la terraza junto al lago y reservamos una barca para que nos llevara a visitar los diferentes pueblos que lo rodean.

Nuestra primera parada fue Santiago de Atitlán. Podría decirse que Santiago es la capital ribereña, es la ciudad más grande y la más poblada. Nada más desembarcar nos encontramos con Xuan, otro chupín que había conocido Javi en su anterior visita al lago. El chaval tendría diez años, y nos hizo de guía durante el tiempo que estuvimos en la ciudad. Nos llevó a ver la catedral, en cuyas paredes se agolpaban filas de santos vestidos con ropas y sobreros que les llevaba la gente. Era bastante gracioso ver un montón de figuras adornadas con vestidos tipo «Homer gordo» y sombreros extravagantes.

Después, nos dirigimos a ver a Maximón, patrón de Santiago. Para visitar la figura del santo hay que ir acompañado de alguien local, pues sólo ellos saben donde se encuentra. El santo cambia de manos cada año entre la gente del pueblo, y éste año estaba en la casa de un amigo del alcalde, una favela perdida de la mano de dios a la que conseguimos llegar gracias a Xuan.caminando hacia maximon
El momento Maximón fue una mezcla de surrealismo, programa de APM y gracia. El santo se encontraba en una habitación custodiado por tres chupines, a cada cual más ebrio, vestido con ropajes, un pintoresco sombrero, y con un cigarrillo en la boca. Les preguntamos acerca del cigarrillo, el chapín nos dijo que casi siempre tenía que estar fumando, y que el se encargaba de cambiarle el cigarro por otro cuando este se consumía. Inmediatamente me hice Maximoniano.
Como buenos Maximonistas que eramos, compramos una botella de cerveza para hacerle una ofrenda (aquí la gente le ofrece alcohol o tabaco, que luego consumen los que custodian a Maximón). Haciendo el espectáculo le dieron de beber un poco de la cerveza que habíamos comprado, y tras derramar un poco por el suelo en su honor brindamos por Maximón.

Tras la escena, que a mí me pareció divertidísima, nos dirigimos otra vez al muelle, para embarcarnos rumbo a Santa Catalina, otro de los pueblecitos del lago.

Nos despedimos de Xuan, cuyo único sueño según nos contó, era permanecer en Santiago e ir a ver un partido del Real Madrid, y tras darle una merecida propina nos dirigimos rumbo a Santa Catalina, no sin antes hacer una parada en medio del lago para darnos un buen chapuzón.

Sobrevivimos al baño en el abismal lago, (según los chapines no se sabe su profundidad) y atracamos en Santa Catalina.

Santa Catalina me pareció sin duda el pueblo más pobre del lago, se parecía bien poco a San Pedro y Santiago, las construcciones eran mucho más pobres (si cabe) y mi impresión personal es que parecía el más abandonado y destartalado de lo que habíamos visto hasta ahora.
Paseamos un rato mientras los niños se acercaban a vendernos pulseritas y telas. Después de comprar unos cocos en la calle, acabamos regalándoselos a los chapines que muy agradecidos no paraban de seguirnos.
Hora de comer, nos acercamos al único «restaurante» sitio del pueblo, donde compramos unos cuantos perros pollos con arroz y nos los llevamos a la barca para no perder tiempo y volar hacia el siguiente pueblo.

Reflexión breve:
a) Estoy convencido de que aquello era perro.
b) Santa Catalina fue el pueblo que más me impresionó.

mirador san juanNuestra siguiente parada era San Juan, pues decían era el pueblo más bonito de todo el lago. Algo de diferente tenía respecto al resto, y es que San Juan se encuentra enclavado en medio del bosque, y esto le confiere un aspecto más selvático y salvaje que a los demás.
Recorrimos el poblado de arriba a abajo, seguidos, como ya era habitual, por una marabunta de niños pidiéndonos quetzales y dándonos temas de conversación. De la que íbamos hacia las afueras de San Juan nos encontramos a un chupín vendiendo un didgeridoo. Nuestro anfitrión Javi, como buen músico, no pudo resistir la tentación de comprarlo.
Mientras el didgeridoo pasaba de mano en mano y de boca a boca por todos los niños del pueblo, ascendimos un trozo de colina para admirar la vista del atardecer en el mirador. Aquí hubo un momento en el que temimos por la vida de Javi, (o la de los niños) cuando se descolgó del grupo cual gacela herida y los niños quisieron coserle a pedradas por no darles dinero. Tras la pequeña anécdota fuimos a la roca-trampolín para pegarnos que los más valientes se pegaran un baño en el lago.
Como buen jugador de equipo yo me encargué de hacer las fotos pertinentes, mientras, y tras muchas dudas y amagos, Héctor, Javi, Marta y Ricardo saltaban al vacío desde seis metros. El resto mirábamos mientras a alguno le temblaban las piernas y casi le da un marichalazo.

Después del intenso día regrasamos a San Pedro, a pasar nuestra última noche en el lago. Volvimos al mismo bar de la noche anterior, y tras unas conversaciones interesantes y bebernos alguna que otra hormiga, terminamos la noche.

El último día (Martes) cogimos una barca a toda prisa por la mañana, nos subimos en el coche muertos de frío y manejamos conducimos hasta Guatemala para coger nuestro avión de vuelta a la realidad.
Aquí se separaban nuestros caminos, Javi se quedaba en Guate y Héctor y Marta continuaban su viaje hacia las ruinas de Tikal aquella misma noche. Así pues, tras las despedidas oportunas y pasar más de seis horas tirados en el aeropuerto de Guate conseguimos regresar a Miami con la sensación de haber visto un país espectacularmente bonito y lleno de contrastes.
Sin duda uno de los viajes más bonitos e intensos que he hecho. Ojalá que remonte su vuelo!!

PD: Gracias a Javi, Héctor y Marta por acogernos y acompañarnos en esta aventura! Os esperamos en Miami.
Y gracias al guatemóvil que nos llevó sanos y salvos por los circuitos del mario kart las peligrosas carreteras Guatemaltecas.